viernes, 24 de febrero de 2017

Museo del Romanticismo

Tenía pendiente de contar mi visita al Museo del Romanticismo de la que salí gratamente impresionada.
El museo tiene su sede en un palacete de la calle San Mateo y, desde que traspasamos la entrada, nos vemos trasportados a otro periodo.
Benigno de la Vega Inclán y Flaquer quiso mostrar cómo vivían sus padres y sus abuelos en un periodo fascinante de nuestra historia: El Romanticismo.
Lo que comenzó con 12 salas y 86 piezas, cuenta en la actualidad con 16.000 piezas en sus fondos.
Lo especial de esta visita es que hay una exposición temporal cedida por el Museo del Traje, con vestidos de esta época que están colocados a lo largo del recorrido, en cada estancia.
En el salón de baile, magníficos vestidos de noche, en el comedor, los de diario, en el dormitorio, uno de dormir y uno de novia y así en todas las estancias.
Hemos comenzado el recorrido a través de la preciosa escalera del palacete, con soberbios cuadros.
Todo es bonito, cortinajes, lámparas, alfombras, muebles. Mi imaginación vuela para poner personas en esos salones, yo misma vestida con esas maravillosas sedas.
En el oratorio, presidido por el cuadro de San Gregorio Magno, de Goya, un vestido de novia que me deja embobada. Lo podría lucir una novia del siglo XXI.
En el cuarto de los niños, las muñecas de porcelana con caras feas, no me gustan este tipo de muñecas. Me llaman la atención las casas de muñecas, con todo lujo de detalles.
El despacho me encanta y la mesa de billar y, para terminar, una ilusión óptica de una pareja en dos escenas cotidianas, llegando a su casa en coche de caballos y bailando un vals.
El jardín, cerrado, sólo podemos verlo a través de las ventanas. Pequeño, coqueto, con un magnolio que le da nombre.
El Museo expone una obra invitada, el corsé de la reina Isabel II que le salvó la vida en el atentado del cura Merino, cedido por el Museo Arqueológico Nacional. Curioso, con las manchas de sangre.
La pieza del trimestre es la sombrilla de la Casa Verdier que Alfonso XII le regaló a María de las Mercedes de Orleans, antes de su boda.
Esta pareja protagonizó una romántica historia de amor que acabó, como dice el romance, cuando ella falleció de tifus a los cinco meses de su boda.
Como curiosidad, estuvo enterrada en el pabellón de Infantes de El Escorial, y no en el pabellón de Reyes, ya que fue Reina consorte pero no madre de Rey. Desde el año 2000 reposa en la Catedral de la Almudena, cumpliendo el deseo de Alfonso XII.
La visita la podéis acabar degustando un magnífico café en una pequeña cafetería que han habilitado en la planta baja y que es independiente al museo.
Os invito a conocerlo, os va a gustar.

sábado, 18 de febrero de 2017

Paseando por el Madrid de los Austrias.

Hoy he vuelto a acudir a la cita organizada por el grupo MBN, esta vez para recorrer el Madrid de los Austrias.
En la Plaza de Oriente, Tania, nuestra guía y compañera del grupo, nos ha iniciado en la historia de los Austrias, que vinieron a España de la mano de Felipe el Hermoso y cuyo primer rey fue Carlos I de España y V de Alemania que concedió a Madrid los títulos de «coronada e imperial»
Nos ha hablado de diferentes cuellos en la vestimenta femenina y masculina, como las gorgueras, lechuguillas, golillas y valonas.
Ha contado la historia de la estatua de Felipe IV, que para poderse mantener en corveta, necesitó los cálculos de Galileo, junto con el arte de Velázquez y Pietro Tacca.
En la cercana iglesia de la Encarnación, con un pasadizo que la unía al Alcázar y en cuyo convento vivieron damas de la nobleza, nos hemos hecho la foto de grupo. En su interior, el relicario con la sangre de San Pantaleón, que fue estudiado por la propia Inquisición, se sigue venerando en la actualidad cada 27 de julio.
Con buena marcha, nos han llevado al Monasterio de las Descalzas Reales. Otro convento de grandes damas, fundado por la hermana de Felipe II. Tania nos ha contado lo importante que fueron las mujeres en la vida de este rey. A su hermana Juana la encomendó la educación de sus hijas y con su hija Isabel Clara Eugenia tuvo una relación muy estrecha, dejándose ayudar por ella en la gobernación de su vasto imperio. Mujer inteligentísima y muy querida por todos los que la rodearon.
En la iglesia de San Ginés nos hemos enterado de la leyenda del fantasma que aquí habita y que lleva su cabeza en la mano, ya que fue decapitado por una codena injusta y el cocodrilo disecado que despareció de la capilla en la que se encontraba.
En la plaza de Isabel II «Ópera» nos ha contado la historia de Los caños del Peral, cuyas ruinas están debajo de nuestros pies, dentro del metro y se pueden visitar y la idea de Felipe II de conseguir que el río Manzanares fuese navegable y poder llegar, siguiendo por el Jarama y el Tajo, hasta Lisboa. Lo costosísimo del proyecto y el dinero que se gastaron con la Armada Invencible, dejaron el sueño del rey sin ni siquiera comenzar.
Está cayendo la tarde. Subimos por la calle Factor y contemplamos una panorámica maravillosa del Palacio Real y La Almudena, con el cielo rojizo de fondo.
En la calle de la Almudena, sobre las ruinas de lo que fue la iglesia de Santa María de la Almudena, nos cuenta el asesinato de Escobedo, todavía sin resolver y las intrigas palaciegas que poco han cambiado con el trascurrir de los años.
Pasamos por delante de la Catedral Militar, al lado del actual Consejo de Estado, antiguo palacio del duque de Uceda, valido de Felipe III, que se mandó edificar palacio, convento e iglesia a imitación del monarca.
En la plaza de la Villa, ya de noche y con una sugerente iluminación, la Torre de los Lujanes, en la que estuvo temporalmente recluido el rey de Francia Francisco I, los escudos de la casa, ladeados por ser hijos ilegítimos, el bellísimo palacio que fue durante años el Ayuntamiento de Madrid y la casa de Cisneros. Conforman una de las plazas más bonitas de Madrid.
Por la calle del Codo, famosa porque a Quevedo le gustaba mear en ella, desembocamos en la plaza del Conde de Miranda, contemplamos la sobria fachada del convento de Las Carboneras y nos explica nuestra guía la extraña nomenclatura que existe en muchas fachadas de Madrid, que nos indican el número de casa y de manzana.
A los pies del Arco de Cuchilleros, nos cuenta la historia de la Plaza Mayor, de la prostitución que era legal en la época, de los teatros, los mentideros y los mercados.
Nos pide, como ha venido haciendo las últimas tres horas, que hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos en un día en el Madrid de los Austrias.
Un Madrid, sucio, en el que la tierra o barro de las calles sin empedrar se mezclan con los excrementos de los animales y los humanos, ya que no hay alcantarillado, y hace poco tiempo que se ha prohibido vaciar los orinales a través de las ventanas.
Los habitantes de Madrid, ricos y pobres, no saben lo que es bañarse, sólo se lavan las partes que pueden quedar al aire, es decir, la cara, las manos y los pies porque los consideran erógenos.
Las ropas tampoco se lavan, solo las camisas interiores.
Si a ello añadimos que conviven con animales, el hedor en la ciudad es insoportable y, aunque probablemente estén acostumbrados a ello, a las personas que vienen de fuera les llama la atención y así ha quedado plasmado en los escritos.
La ruta está llegando a su fin pero va a tener un broche de oro. Hoy se inaugura el espectáculo de luz y sonido en la Plaza Mayor con el que se inician los actos del cuarto centenario.
Contemplamos el bonito espectáculo y nos desperdigamos. Ha sido una tarde magnífica, que recordaremos con cientos de fotos.
A los que la habéis compartido la tarde conmigo, a Pablo por organizarla, a Tania por contarnos tantas curiosidades, a Ana Isabel, por la agradable conversación, a todos,  gracias.




martes, 14 de febrero de 2017

Mi enfado con Bankia

Me han cambiado mi oficina de Bankia, por cierre de la sucursal de la que era cliente.

Tengo dos cuentas, la de mi madre que falleció hace dos años y medio y que no han tenido a bien cerrar, a pesar de haber presentado toda la documentación y ser ella la única titular, porque consideran que hemos cometido una ilegalidad al no presentar una declaración de herederos, declaración que no hemos hecho porque los únicos bienes que mi madre tenía eran los tres mil euros de la cuenta de Bankia, que mis hermanos y yo, en un ejercicio de «opacidad», traspasamos a otra cuenta de Bankia, a nuestro nombre.
 La otra cuenta es la que tengo con mis hermanos para los pagos comunes.


A lo que iba a contar, que me enrollo, no me han enviado el IBAN de la nueva cuenta, por lo que si tengo que hacer cualquier gestión, no puedo.

Me he acercado a la oficina, para poner la cartilla al día, sí es cartilla aunque parezca raro, preguntar por el nuevo IBAN y entregar una carta que viene a nombre de mi madre, y que rehúso por fallecimiento del titular.
Lo primero lo he podido hacer después de esperar una fila de diez personas.
Lo segundo, me he tenido que marchar después de una espera de treinta minutos y teniendo todavía dos personas delante de mí.
De las cuatro mesas con personal, una no atendía al público y otra atendía con cita previa, por lo que sólo quedaban dos.
Hay que tener en cuenta que esta sucursal, al lado del mercado de la Cebada, ya tenía una cartera de clientes considerable y ahora ha absorbido otra sucursal íntegra, y los perjudicados con esta medida, como siempre, los clientes.
Pero la guinda que ha colmado el pastel y lo que me ha llevado a escribir esto en un momento de enfado monumental, es que ya no tienen buzón para dejar una carta, que era mi punto número tres y hay que esperar tu turno para que un comercial se haga cargo de ella o gastarte el dinero y enviarla por correo ordinario.

Y si os estáis preguntando porqué sigo en Bankia, no es fácil tener una cuenta en la que los gastos no se disparen si no tienes una nómina o una hipoteca domiciliada, así que, aquí seguimos, y me he vuelto a casa sin solucionar mis problemas.

sábado, 11 de febrero de 2017

Una receta con historia


La hermana pequeña de mi madre estaba casada con el hijo de un terrateniente, allá por tierras de Albacete.
Había varias fincas, dedicadas a la almendra y la caza, entre otras cosas, pero la más querida por todos los hermanos era en la que estaba la casa familiar «Casa Roja».
Ya sé que en la infancia se magnifican las cosas y lo que luego nos parece normal e incluso pequeño, de niños lo vemos enorme, pero este no era el caso. La casa era grandísima, tanto que, cuando se ha dividido para los nietos, se han hecho tres o cuatro viviendas.
Además estaba la finca, que no la abarcabas con la vista, en la que podías perderte a caballo o en bicicleta, como le pasó a mi hermano un verano que fue a recuperarse de una fractura, le dijeron a mi madre que le vendría bien hacer bicicleta, se cayó de la bici y se rompió otra vez la pierna, porque yo creo que el médico pensó en bicicleta estática, y no en campo a través.
A lo que voy, la casa era grandísima, y me trae bonitos recuerdos de mi infancia, con mi padre sentado delante de la chimenea contándole un cuento de «Meteoro», que se inventaba, a mi primo Héctor, que ya no está con nosotros, mientras el niño comía. Le llamaba “el tio gollo” pero quería decir gordo, porque era tres veces su padre, que era un palillo.
En el entorno económico de mi familia, pasar unos días en una casa en la que cada habitación tenía su cuarto de baño, en el salón cabía mi casa actual, y en la cocina se podía vivir, no era normal, por lo que lo disfrutábamos siempre que íbamos.
Había piscina, casa de los guardeses, terraza de película y el salón del piano, presidido por un óleo de la madre, fallecida cuando mi tío era un niño, vestida con traje largo de terciopelo y larguísimo collar de perlas. Yo todo esto sólo lo veía en la televisión.
Mi hermano y mi primo utilizaban la bañera de mis padres para dejar sus ranas, sin avisar. Nunca se me ha olvidado cuando me saltó una cuando yo estaba tranquilamente haciendo pis. Os podéis imaginar el grito que di.
Lo normal era que viniesen a almorzar los cazadores, amigos de mis tíos, y trajesen de regalo una liebre, un par de conejos y, si había suerte, alguna perdiz.
Entonces mi tía, a la que habían enseñado bien y era mejor cocinando que cualquiera de ellos, hacía gazpachos manchegos, con la torta desmenuzada y toda la caza en pedacitos pequeños. Por supuesto se hacía en el fuego de leña, en una inmensa sartén de hierro, que luego se disponía en el centro de una mesa baja o una piedra, dependiendo de si se iba a comer en la calle o en la propia cocina, y nos sentábamos alrededor, cada uno con una cuchara. Sin platos. Tenías tu espacio y, si te pasabas al espacio de al lado, recibías un cucharazo.
Pero siempre sobraba algún conejo y lo dedicaban a hacer “arroz con conejo”. Ahí mi madre puso mucha atención, y llegó a hacerse famosa en la familia por lo bien que lo hacía.
Decidió convertirlo en la comida de los sábados. Durante años, compró conejo de monte en el mercado de la Cebada, después, cuando dejó de conseguirlo, lo hacía con conejo de corral, que no era lo mismo, pero ella sabía darle su toque para que siguiese estando buenísimo.
Los sábados, nos sentábamos alrededor de la mesa los que hubiésemos podido acudir a la cita, y entre conversaciones y risas y la televisión de fondo, porque mi padre no perdonaba tenerla puesta, aunque fuese con el volumen bajito, nos comíamos nuestro plato de arroz, unos más arroz, otros más conejo. Cada uno tenía sus tajadas preferidas, la cabeza para mi hermano, el higadito para mí, Fátima la manita, porque quería mi madre. Lo acompañaba de una ensalada de lechuga, tomate y cebolla, con bastante vinagre, que casi nadie comía pero que ella se reservaba siempre para el final.
Incluso cuando dejamos de ir todos a comer, porque formamos nuestras familias, y no siempre íbamos un día fijo, lo siguió haciendo para mi padre, mi hermano y ella. Cuando faltó mi padre, decidió que sólo lo haría de vez en cuando y que había llegado el momento de dejarlo de comer todos los sábados.
Nunca perdió el punto, ni hemos podido superarlo.

Y si queréis saber la receta, aquí os dejo el enlace de mi blog "Recetas para mi hija"

sábado, 4 de febrero de 2017

Madre hay más que una: Mi opinión

Hoy se está hablando mucho del libro de Samantha Villar «Madre hay más que una»

Yo no lo voy a leer, porque no es el tipo de literatura que me interesa, huyo de los libros de autoayuda y, lo que es más importante, la maternidad, refiriéndome al estado físico del embarazo y el parto, me queda muy lejos.

Pero me he molestado en leer sus declaraciones en diferentes medios y anotar las frases que ha ido diciendo, para hacerme una idea de lo que ha escrito, cosa que no creo que ella haya hecho para escribir este libro, ha escrito su experiencia, y generalizar es muy complicado.

Empieza por decir que no cree que exista el instinto maternal, que le comieron el coco y quiso tener hijos porque le dijeron que era lo más maravilloso del mundo, pero que luego es irreversible.

Para ser fruto de una “comedura de coco” se empeñó bastante en ello, ya que estuvo intentándolo durante cuatro años, eso sí, grabando para televisión todo el embarazo, escribiendo sus vivencias y vendiendo los derechos de su libro nada menos que a la Editorial Planeta.

Luego sigue diciendo que su libro recoge su frustración ante una maternidad que le ha supuesto un sacrificio estratosférico, una suerte de engaño, ya que tener hijos es una pérdida de calidad de vida.

¿Quién se supone que la engañó?

Sus hijos no son fruto de una violación, de un descuido de los que se tienen con tu pareja cuando no quieres más hijos, o ni siquiera uno, es más, ha tenido que invertir bastante dinero, ya que los tratamientos de fertilización no son baratos y todo eso lo ha hecho engañada, según ella.

También dice que de la maternidad hay un único relato idílico que no coincide con la realidad y que estigmatiza a las mujeres que lo viven de manera distinta.

Esto me demuestra que a Samantha no le gusta leer, ni libros, ni blogs, ni estudios sobre el tema, ni tan siquiera escuchar a otras madres. Porque si hubiera hecho todo esto, se habría dado cuenta de que muchas mujeres antes que ella han hablado de embarazos malos, partos malos, postpartos malos, hijos con problemas de sueño, cólicos, noches sin dormir, ausencia de tiempo para una misma, depresión postparto y un largo etcétera que parece que acaba de descubrir ella.

Y la frase estrella de esta señora que se llama “escritora” es “Tener un hijo destruye tu vida, hay que reconstruirlo todo de nuevo”.

¿No ha encontrado una palabra más adecuada que destruir para describir lo que sus hijos han supuesto en su vida?

No he sido una madre de las que ahora llaman “puristas”, de las que llevan la maternidad como una bandera. He tenido a mis dos hijos cuando he querido tenerlos, fruto del amor y no de una comedura de coco. He vivido con ellos momentos maravillosos y también duros. Mi vida cambió por ellos y lo hice con naturalidad, porque era lo que yo había elegido. Volvió a cambiar cuando se fueron de casa, y también lo tuve que asumir con naturalidad, como cada paso que damos en nuestro día a día.

Mi verdad no es la verdad, mi experiencia no es la de otras mujeres, ni mejor, ni peor, es única, porque es la mía.

Y una última cuestión, en sus declaraciones ha dicho varias veces que dejó preparado el libro antes de que naciesen sus gemelos porque después no ha tenido tiempo ni de leer un wasap. Y yo me pregunto, ¿cómo puede contar su experiencia sobre el parto, el posparto y las primeras noches, si ya lo había dejado escrito antes de que sucediese?