jueves, 18 de mayo de 2017

Un paseo por Valencia

Hacía muchos años que no venía a Valencia.
En esta ocasión, mi visita va a durar tan sólo veinticuatro horas y el motivo principal era conocer el Oceanográfico que alberga la exposición de medusas más grande de Europa.
Pero es una ciudad tan bonita que siempre merece la pena pasear por ella, aunque sean pocas horas.
Me hospedo en el NH de las Ciencias y las Artes, y mi primer destino es comer un arroz del «segnoret», en el restaurante Mediterráneo, a orilla de la playa de Pinedo, contemplando el mar.

Mi siguiente parada el Parque Natural de la Albufera que, aunque al atardecer está más bonito, unas nubes muy bien colocadas me regalan una magnífica panorámica llena de reflejos.


De ahí, al centro de Valencia, que estaba bastante colapsado de tráfico, a aparcar el coche en el parquin de El Corte Inglés.

Inicio el paseo adentrándome en la parte más antigua, visitando La Nau, antigua Universidad de Valencia, que sigue albergando el Rectorado y, en cuyo Paraninfo, se estaba celebrando algún acto por lo que puedo verlo desde el claustro. Una exposición de fotos de la destrucción durante la Guerra Civil, la estatua de Luis Vives, la arquitectura neoclásica, el silencio, todo invita a pasear un rato por su interior.

Sigo hacia la plaza de la Reina, a estas horas llena de turistas, la mayoría extranjeros. Un helado artesano y la visita a la magnífica Catedral y su torre del campanario, conocido como El Miguelete. En el interior, vuelve a sorprenderme la Capilla del Santo Cáliz, con su retablo de alabastro.

De ahí hacia la Lonja, obra maestra del gótico valenciano, el Mercado Central, edificio modernista de principios del siglo XX, y una maravilla para los sentidos, la iglesia de Los Santos Juanes que, aunque de origen gótico, sus numerosos incendios han dejado el aspecto barroco que hoy podemos contemplar.

Continúo hasta la Plaza del Ayuntamiento, con el edificio del Consistorio y su torre del reloj.


Ya en coche, me acerco a los Jardines del Turia, a la altura del Puente de las Flores. Están preciosos y hay, a estas horas, muchos corredores, ciclistas y turistas que, como yo, contemplan el paisaje.

Paseo durante un buen rato, recordando la gran riada que obligó a desviar el cauce del río, para evitar que algo así pudiese volver a suceder. Me acuerdo de Marta Querol y lo bien que lo describe en su trilogía «El final del ave fénix». Me habría gustado saludarla pero vengo con muy poco tiempo.

También me he acordado de Elena, esa amiga cibernética de cuando empecé en Facebook con la famosa granja,  a la que me une una gran amistad, a pesar de que no nos conocemos personalmente. Cosas de las redes sociales. Me debe una paella y algún día, la podremos comer juntas.

Mi paseo está tocando a su fin y no podía ser en otro sitio que en la Ciudad de las Ciencias y las Artes que, a esta hora, ya está iluminada.
Me embarga el ambiente, la iluminación tenue, las edificaciones, los reflejos en el agua, me encanta. Quedo maravillada.

Mañana visitaré el Oceanográfico, pero eso será otra historia.

Ha sido un magnífico paseo, vivido con una gran intensidad.


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