sábado, 11 de febrero de 2017

Una receta con historia


La hermana pequeña de mi madre estaba casada con el hijo de un terrateniente, allá por tierras de Albacete.
Había varias fincas, dedicadas a la almendra y la caza, entre otras cosas, pero la más querida por todos los hermanos era en la que estaba la casa familiar «Casa Roja».
Ya sé que en la infancia se magnifican las cosas y lo que luego nos parece normal e incluso pequeño, de niños lo vemos enorme, pero este no era el caso. La casa era grandísima, tanto que, cuando se ha dividido para los nietos, se han hecho tres o cuatro viviendas.
Además estaba la finca, que no la abarcabas con la vista, en la que podías perderte a caballo o en bicicleta, como le pasó a mi hermano un verano que fue a recuperarse de una fractura, le dijeron a mi madre que le vendría bien hacer bicicleta, se cayó de la bici y se rompió otra vez la pierna, porque yo creo que el médico pensó en bicicleta estática, y no en campo a través.
A lo que voy, la casa era grandísima, y me trae bonitos recuerdos de mi infancia, con mi padre sentado delante de la chimenea contándole un cuento de «Meteoro», que se inventaba, a mi primo Héctor, que ya no está con nosotros, mientras el niño comía. Le llamaba “el tio gollo” pero quería decir gordo, porque era tres veces su padre, que era un palillo.
En el entorno económico de mi familia, pasar unos días en una casa en la que cada habitación tenía su cuarto de baño, en el salón cabía mi casa actual, y en la cocina se podía vivir, no era normal, por lo que lo disfrutábamos siempre que íbamos.
Había piscina, casa de los guardeses, terraza de película y el salón del piano, presidido por un óleo de la madre, fallecida cuando mi tío era un niño, vestida con traje largo de terciopelo y larguísimo collar de perlas. Yo todo esto sólo lo veía en la televisión.
Mi hermano y mi primo utilizaban la bañera de mis padres para dejar sus ranas, sin avisar. Nunca se me ha olvidado cuando me saltó una cuando yo estaba tranquilamente haciendo pis. Os podéis imaginar el grito que di.
Lo normal era que viniesen a almorzar los cazadores, amigos de mis tíos, y trajesen de regalo una liebre, un par de conejos y, si había suerte, alguna perdiz.
Entonces mi tía, a la que habían enseñado bien y era mejor cocinando que cualquiera de ellos, hacía gazpachos manchegos, con la torta desmenuzada y toda la caza en pedacitos pequeños. Por supuesto se hacía en el fuego de leña, en una inmensa sartén de hierro, que luego se disponía en el centro de una mesa baja o una piedra, dependiendo de si se iba a comer en la calle o en la propia cocina, y nos sentábamos alrededor, cada uno con una cuchara. Sin platos. Tenías tu espacio y, si te pasabas al espacio de al lado, recibías un cucharazo.
Pero siempre sobraba algún conejo y lo dedicaban a hacer “arroz con conejo”. Ahí mi madre puso mucha atención, y llegó a hacerse famosa en la familia por lo bien que lo hacía.
Decidió convertirlo en la comida de los sábados. Durante años, compró conejo de monte en el mercado de la Cebada, después, cuando dejó de conseguirlo, lo hacía con conejo de corral, que no era lo mismo, pero ella sabía darle su toque para que siguiese estando buenísimo.
Los sábados, nos sentábamos alrededor de la mesa los que hubiésemos podido acudir a la cita, y entre conversaciones y risas y la televisión de fondo, porque mi padre no perdonaba tenerla puesta, aunque fuese con el volumen bajito, nos comíamos nuestro plato de arroz, unos más arroz, otros más conejo. Cada uno tenía sus tajadas preferidas, la cabeza para mi hermano, el higadito para mí, Fátima la manita, porque quería mi madre. Lo acompañaba de una ensalada de lechuga, tomate y cebolla, con bastante vinagre, que casi nadie comía pero que ella se reservaba siempre para el final.
Incluso cuando dejamos de ir todos a comer, porque formamos nuestras familias, y no siempre íbamos un día fijo, lo siguió haciendo para mi padre, mi hermano y ella. Cuando faltó mi padre, decidió que sólo lo haría de vez en cuando y que había llegado el momento de dejarlo de comer todos los sábados.
Nunca perdió el punto, ni hemos podido superarlo.

Y si queréis saber la receta, aquí os dejo el enlace de mi blog "Recetas para mi hija"

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