sábado, 7 de enero de 2017

La tarde de Reyes



Para mí la Navidad es una cadena de tradiciones que me gusta seguir sin darle la espalda a las innovaciones necesarias con los cambios que en toda familia se van produciendo.
La última de mis tradiciones, la que pone punto final a estos días, es recoger todos los adornos navideños la tarde de Reyes. Cuando llega la noche, mi casa ya ha vuelto al aspecto que tiene el resto del año.
Para llegar a esto, han trascurrido muchos días y muchas emociones.
Todo empezó con la decoración de la casa en la que, este año, conté con la ayuda de Victoria. Una ayuda relativa porque, cuando descubrió que las bolas del árbol rodaban, se convirtió en su diversión colarlas debajo del mueble.
La incorporación de un nacimiento de plástico, ha sido otra innovación. El bonito, heredado de mi padre, ha permanecido empaquetado y, en su lugar, he tenido uno en el que Victoria, subida en un banquito, ha jugado cada día, con patos, ovejas, pastores y, sobre todo, con el niño, la mamá y el papá, como ella los llama. Manuela, más pequeñita, no ha estado ajena a esta decoración. El árbol le quedaba a su altura y no dudó en coger unas cuantas bolas y, del nacimiento, eligió una pastora y un pastor y no los soltaba ni para gatear.
El pueblo de papá Noel, todo de madera, les gusta menos pero hoy, al recogerlo, he visto que habían incorporado un caballito de madera roja que es un imán y está en la puerta del frigorífico, o sea que también lo han manipulado, aunque yo no lo haya visto.
Como todas las familias nos hemos reunido para comer y cenar y volver a comer y volver a cenar, hemos cantado villancicos con gorros de papá Noel y panderetas, que Victoria se ha encargado de repartir, intuyendo el tamaño de cada cabeza, porque los tengo de todos los tamaños. Manuela, que se acuesta muy pronto, aguantó como una jabata hasta las doce, a esa hora nos dimos cuenta que la cuna de Victoria estaba llena de regalos, uno para cada uno. Es otra de mis tradiciones, un solo regalo para cada comensal, todos envueltos en el mismo papel y con un adorno dorado.
En Nochevieja no teníamos niñas, pero nos reímos y disfrutamos de una cena de adultos, para dar paso a nuestro cotillón y unas uvas que parecían melones pequeños, del tamaño que tenían.
El primer día del año nos volvimos a reunir, otra vez con niñas, muy graciosas compartiendo juegos y convirtiéndose en el centro de atención.
Hemos paseado por la Plaza Mayor, el Tio Vivo de la plaza de Santa Cruz y el de la plaza de Oriente, Cortylandia, meriendas con churros y porras, hemos entregado la carta a los reyes en el mercado de la Cebada...
Y por fin llegamos al día de hoy, el de Reyes. Ese bonito día lleno de ilusión.
A las doce y un minuto, Juancar y yo nos intercambiamos nuestro regalo y a las once de la mañana, los chicos con las niñas para desayunar chocolate con roscón.
Sus caras cuando han visto el pie del árbol, que había subido en un pedestal, lleno de paquetes de colores, no se puede describir. Manuela se ha sentado delante y no se ha movido hasta que no quedaba ni un paquete. Victoria se ha encargado de ir repartiendo, pero cuando eran, o para ella, o para su prima, los nervios afloraban y no sabía ni que hacer.
A Manuela su primer “nenuco” y su sillita para pasearlo que ella utiliza en modo andador, le han encantado.
A Victoria su “nenuco” bebé, que ella ha decidido llamar Almudena y su capacho para acostarlo,  que le he hecho a mano, buscando la soledad de la madrugada para coserlo, también le han gustado mucho.
Las dos tendrán que asimilar lo vivido y sus madres dosificar juguetes para todo el año.
Manuela se ha ido agotada.
Victoria se ha despedido del nacimiento, aunque le ha costado entender que había que guardarlo hasta el año que viene. Ha hecho hasta “pucheros” de pena.
Según se ha acomodado en el coche, se ha quedado dormida.
Y yo, he recogido la Navidad. Me cuesta mucho trabajo porque, cada año, compro cosas nuevas y me da pena tirar nada, por lo que los adornos cada vez ocupan más espacio.
Han sido unos días maravillosos. Los he disfrutado muchísimo, pero vuelvo la vista atrás y me doy cuenta de que siempre son especiales porque pongo en ellos ilusión y cariño, mucho cariño.






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