lunes, 7 de noviembre de 2016

Mi viaje a Washington y Nueva York (6)

CONTRASTES


Si algo tiene la ciudad de Nueva York, son contrastes.
Vistas desde el mirador de Boulevard East
Los turistas, normalmente, no salimos de Manhattan, que es uno de los cinco barrios de esta gran ciudad. Los otros, Queens, Brooklyn, Staten Island y Bronx, prácticamente no existen para nosotros.
Por este motivo decidimos contratar la excursión “Contrastes”, que te lleva durante cuatro horas en autocar, con guía, por varios de estos lugares, explicándote curiosidades de los distritos.
Nuestra primera parada fue al otro lado del río Hudson, en el estado de New Jersey, al que llegamos a través del Lincoln Túnel, para admirar las vistas desde el mirador del Boulevard East.
En esta zona de New Jersey, casas señoriales, cochazos aparcados en los jardines porque los garajes están llenos, y grandes avenidas por las que solo vimos obreros de mantenimiento.
De vuelta a Nueva York, nos adentramos en el Bronx, después de atravesar el puente de George Washington. Nos pareció que estábamos en otro mundo a pesar de transitar sólo por las avenidas principales. Aquí no hay rascacielos, ni coches buenos, ni gente elegante, pero tampoco vimos nada de lo que el guía se empeñaba en contarnos como el horror de los horrores. No digo yo que no sea verdad, pero no vimos pandilleros, ni gente rara, sólo personas más humildes, como si hubiésemos retrocedido unos cuantos años en un hipotético túnel del tiempo y grafitis, muchos y muy variados.
En la zona alta del Bronx está el famoso estadio de los yanquis, el zoológico del Bronx y el jardín botánico de Nueva York.
Llegamos a Queens, y atravesamos el inmenso barrio latino, en el que nos parece estar en algún país de Sudamérica, todo en español, muy colorido, pero humilde. Nos cuentan que también están los barrios polacos, griegos, asiáticos, caribeños y, recientemente, los de jóvenes neoyorkinos que buscan compartir piso con alquileres más económicos y bien comunicados con el metro que circula en superficie.
Aquí vemos, de lejos, el Flushing Meadows Park donde se juega el Open de Tenis, que se está celebrando en estos días, por lo que toda la zona está acordonada.
Llegamos a Brooklyn, precioso barrio en el que creo que yo podría vivir, y que se ha puesto de moda entre artistas y gente de la cultura. Paseando por aquí no tienes la sensación de estar en Nueva York, puedes estar en cualquier otra ciudad.
Pero hay una excepción, el barrio de Williamsburg, donde viven los judíos ortodoxos, que me impresionaron.
Los de aquí pertenecen al grupo jasídico Satmar, de origen húngaro y rumano, por si lo queréis buscar.
Esto no es un contraste. Es increíble que exista en pleno siglo XXI.
Los hombres vestidos de negro, con largos tirabuzones laterales y sombreros de terciopelo negro. Los niños varones, con pantalones por la rodilla con tirantes sobre camisa blanca y el típico kipá. Pero las mujeres y las niñas, me horrorizaron. Van vestidas con ropa insulsa, sin formas, de colores neutros, las faldas por debajo de la rodilla y medias tupidas en pleno verano. Las casadas llevan peluca porque su propio pelo sólo lo pueden ver sus maridos. Las niñas igual de tristes que las madres. Por supuesto los colegios no son mixtos, porque la mujer, básicamente, sirve para casarse y procrear.
Pero lo que más me llamó la atención es que parecían felices. Por cierto, son familias adineradas, dueños de las grandes firmas de moda de la ciudad.
En el aeropuerto, cuando volvíamos a España coincidimos con una familia que estaba despidiendo a una de sus hijas, y nos parecieron entrañables, con unas muestras de cariño que nos son fáciles de ver hoy día, que todo se tacha de cursi o sentimental.
De aquí nos trasladamos al barrio chino, otro gran contraste.
El mercado, nada que ver con lo que conocemos. Muchísimos pescados en salazón, verduras que no había visto nunca, frutas diferentes, patos colgados como antiguamente estaban los conejos y los pollos en nuestros mercados y, sobre todo, poca higiene, muy poca.
A pesar de lo que estábamos viendo, buscamos un restaurante para comer, elegimos uno de los caros, de lujo. Reconozco que la comida, pato Pekín entre otras cosas, estaba exquisita.
Después de comer nos zambullimos en la calle de las compras, las falsificaciones malas, las buenas, las trastiendas. El paraíso de las compras baratas, imanes, camisetas, recuerdos de todo tipo y bolsos, relojes y gafas de todas las buenas marcas, cuánto más caros, mejor imitación, hasta llegar a ser casi perfecta.
Otro lugar diferente, al que acudimos el domingo, fue Harlem.
Me pareció un barrio alegre, la gente vestida de domingo, las abuelas con sombreritos muy graciosos.
Harlem
No creáis que aquí solo vive la comunidad negra, hay una zona de latinos y, la que está más cercana a Central Park, tiene casas de alto nivel.
No pudimos ir a ninguna misa góspel porque el primer domingo de septiembre es especial y no permiten la entrada a los turistas.
Central Park
Otro gran contraste es Central Park. En medio del ruido, de los rascacielos, de las grandes avenidas, del incesante tráfico, nos adentramos en un inmenso rectángulo de 4 kilómetros por 800 metros en el que todo es vegetación, lagos y paseos de arena. También hay muchísima gente, bicicletas, carruajes de caballos, el monumento a Lennon, la fuente de Alicia en el país de las maravillas o el castillo de Belvedere. Imposible conocerlo y pasearlo en unas horas.
Y mi último gran contraste se lo dedico a las personas.
Hay una diferencia grandísima entre las clases sociales. En un país con una altísima población negra y latina, no he coincidido con ninguno de ellos sentados en un restaurante, sólo sirviéndome y, os aseguro, que no he ido a sitios lujosos.
Los trabajos más pobres los tienen los hindúes, que trabajan en la calle, vendiendo fruta o perritos calientes, seguidos de los negros, en las grandes cadenas de alimentación o en las cajas de los supermercados, y muy de cerca los latinos, en lugares de comidas preparadas, autoservicios, taquillas del metro o conductores de autobús.
En los lugares cercanos a las universidades, si es más fácil ver estudiantes de todas las razas y colores.
Y cuando la noche oscurece las esquinas, se llenan las calles de con montañas de bolsas de basura negras, aparecen mendigos durmiendo en los parques y es fácil ver alguna rata por la acera.
 Así es Nueva York.

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