viernes, 31 de mayo de 2013

"Sin tabaco"


Hoy es el día mundial sin tabaco y me siento orgullosa de ser una de las personas que consiguió dejar de fumar.

Yo fumaba desde muy joven, en la pandilla del barrio, cuando fumar estaba “bien visto” y nadie se planteaba que el tabaco pudiese ser el causante de ninguna enfermedad.
Es lo que veía en mi casa.
Mi padre fumador de cigarrillos “Habanos”, de puros y de pipa en algunas ocasiones.
Mi madre, fumadora de tabaco rubio, como buena ahorradora se pasó al negro suavecito “Sombra”, cuando el rubio empezó a distanciarse de precio.
El chico con el que había empezado a salir fumaba “Rex”.
Al principio no fumaba en casa, delante de mis padres, pero cómo me casé muy joven, les dio corte prohibirme fumar, siendo toda una mujer casada.
En la oficina en la que había empezado a trabajar se fumaba “Condal largo”, me gustó y ese seguí fumando durante treinta años.

Con el paso del tiempo, cuando ya era del dominio público que el tabaco mata, a mi me empezaron a hacer un fuerte boicot en mi propia casa.
Mi marido, buen deportista, hacía mucho que había entendido que el deporte y el cigarrito estaban reñidos y lo había dejado.
Mi hija tonteó con el tabaco pero se dio cuenta de que no merecía la pena y no se enganchó.
Y mi hijo, mi hijo lo odió con todas sus fuerzas desde pequeñito y, a su manera, emprendió una batalla para que su madre dejase de fumar.

Vi morir a mi suegro, después a mi padre, los dos de cáncer de pulmón, pero la adicción era superior a mi deseo de dejarlo.
Un buen día, paseando por Praga, decidí que había llegado el momento. No comprar un cenicero de recuerdo cómo había hecho en anteriores viajes a otras capitales fue el comienzo de mi particular cruzada contra el tabaco.
Se lo conté a mi amigo Pablo, que iba paseando en ese momento a mi lado por el Puente Carlos y, conociéndome, no se lo pudo creer.
Cuando regresé a Madrid consulté a mi médico de familia, me aconsejó, y me ayudó con un medicamento bastante caro pero que podía ser rentable si conseguía su propósito.
El siete de diciembre, a última hora de la noche, en el baño de mi casa, me fumé el que prometí que sería mi último cigarro.
Conservé un paquete escondido durante varios meses por si la tentación podía conmigo.
Fueron unos días muy duros para todos, aunque todos me ayudaron.
Mi irritabilidad, mi mal humor permanente y la “depresión” que me supuso engordar diez kilos en dos meses, estuvieron a punto de acabar con mi entereza.
Porque el que no reconozca que es una adicción se está engañando a sí mismo.
Pero lo conseguí.
Al cabo de unos meses tiré el paquete de tabaco escondido, con la seguridad de que no lo necesitaría.
Porque había sido tanto lo que me había supuesto alejarme de un vicio, una adicción que para mí era un placer, que no volvería a caer en la tentación.

Han pasado más de cinco años y me siento bien. Mucho mejor.

Y para mí fue una satisfacción que no olvidaré nunca, el día que mis hijos me dijeron, cuando fui a darles el beso de buenas noches “mami que bien hueles, ya no hueles a tabaco”

No hay comentarios:

Publicar un comentario