domingo, 25 de mayo de 2014

La vejez de una madre


Hoy es un día para hablar de madres, para felicitar, para regalar flores, para comer en familia.
Todo esto es precioso, pero a mí me ha dado por pensar en la vejez en general y en la de mi madre, en particular.
Hoy ha estado rodeado de sus tres hijos, su nuera, sus yernos y sus tres nietos, ha recibido regalos, ha comido muy bien y no se ha acordado de sus dolores, ni de su tristeza.
Pero esto solo pasa unos pocos, días al año.
La realidad es que está viejita, llena de achaques, con un montón de operaciones y tratamientos a sus espaldas, y con muy pocas ganas de vivir porque, no nos engañemos, la vejez es muy triste.
Nosotros vivimos cerca, la vemos, uno u otro, todos los días, pero tenemos la vida que nos ha tocado, estresante, ajetreada y con poco tiempo, mucho menos del que tenían las generaciones anteriores en las que las hijas no trabajaban y se hacían cargo de sus mayores y de sus propios hijos.
Su día a día es complicado. Tiene que hacer un esfuerzo para salir, porque no le apetece. Aunque suele salir acompañada, le cuesta caminar y cien metros se convierten en diez kilómetros para sus piernas cansadas.
Ya no tiene ni vista ni manos para coser, que ha sido una de sus grandes pasiones. Su otra pasión, la lectura, también la ha perdido. Ningún libro le entretiene, dice que porque no le gustan, pero la verdad es que se le olvida parte de lo leído y no llega a cogerle el gusto a la historia.
La televisión le gusta poco, nunca le ha gustado mucho, y se empeña en ver programas tristísimos que no sé ni cómo los mantienen en antena, porque deprimen a todos los abuelos, que son sus únicos seguidores.
El comer con poca sal le hace perder gusto por las comidas, que no se le hacen apetecibles.
Y a todo esto debemos añadir lo más importante: la soledad.
Pasa muchísimas horas solas, sin hablar con nadie y dándole vueltas a sus achaques y a cómo le ha cambiado la vida.
Porque si para los demás vivir el deterioro de la persona querida es duro, para uno mismo, tiene que ser durísimo. Ver en lo que nos convertimos, en la incapacidad para hacer lo que antes era sencillo, en la dependencia de otros.
Hoy he visto en mi muro de facebook que muchos ponían una foto de su madre, casi todas de cuando eran jóvenes, a nadie le gusta recrearse en la vejez porque es un día para estar alegre, pero a mí me da por pensar que muchos de nuestros mayores hacen un esfuerzo sobrehumano por sobrevivir cada día, todos esos días que no son el día de la madre, y entiendo que muchas veces piensen que lo que más les apetece es reunirse con los que ya se han ido.

Porque la vejez es triste, pero la de una madre, te rompe el corazón.

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